sábado, 18 de abril de 2009

EL OBISPO QUE TOCÓ EL CIELO CON LA MANOS


El obispo Fernando Lugo, abusador de niñas pobres, refinó sus gustos en el poder.

Ya no correspondía con a su status de "político exitoso" una humilde criadita, entregada por su madrina para los servicios personales del monseñor.

El desgraciado cura del departamento más miserable, de un país miserable entre miserables, había llegado al edén merced a la endiablada manipulación que hizo de una imagen prestada del oscurantismo, entre masas ignorantes imbuidas de machismo, pensamiento mágico y tradición autoritaria.

Fue el castigo de quienes desalojó del poder, ser víctimas de su propia desidia y del genocidio cultural al que sometieron por 60 años al Paraguay.

Para el ángel exterminador, era el momento de probar artículos lujosos, de ser posible carne importada y de la mejor.

Mientras el 99 por ciento de la población vivía en uno de esos días veraniegos paraguayos de tereré y pantallas de cáñamo, el diablo con las inquietantes formas de Jessica Cirio visitó la sacristía.

Finalmente, el santurrón enviado por el altísimo para redimir al Paraguay, tuvo la oportunidad de tocar el cielo con las manos.

Se despojó de la sotana y las sandalias, y las colgó en el crucifijo desteñido que acostumbraba usar como perchero.

Una paloma tallada en el extremo superior del altar, que representaba al espíritu santo, levantó vuelo y se perdió por una escalera en espiral hasta la cúpula del campanario.

Escondidas en el confesionario, vigilaban unas monjas fetichistas vestidas de látex mientras el órgano medieval de la iglesia de la Encarnación convertía el soplo del viento en un canto gregoriano.

La Virgen María empezó a llorar sangre, afligida, mientras un santo cobraba vida para acudir a consolarla. LAW

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